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Sorpresa y media

Técnica forense argentina llegó a la serie CSI

Un físico del Conicet la utilizó para la causa Teresa Rodríguez.
 

Sábado, 26 de marzo de 2016

Tiempo después del 12 de abril de 1997, fecha en la que Teresa Rodríguez fue asesinada durante el desalojo de un piquete en el puente de acceso a Plaza Huincul en Neuquén, la jueza de la causa solicitó a un grupo de científicos del Centro Atómico de Bariloche un estudio sobre el video y las fotos de la represión. 

Entre ellos, el físico forense del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Rodolfo “Willy” Pregliasco entró en escena: dentro del equipo de trabajo del físico Ernesto Martinez, analizó los audios recogidos en el lugar intentando dilucidar de dónde provenían los diecisiete disparos que mataron a Rodríguez. Para eso, diseñó un método artesanal: a una caña le ataron un petardo que colgaba a mitad de altura de un piolín; el pedal de un triciclo funcionó como plomada; sobre una cruz ubicada en el piso dispararon la pirotecnia. Hizo estallar petardos en diferentes puntos ubicados a lo largo del puente donde se había producido la muerte y grabó los sonidos. Así, logró determinar el origen de ocho disparos; y en particular, el que hirió de muerte a Rodríguez.

La técnica fue tan novedosa que el grupo de trabajo decidió publicar su método en una revista internacional de ciencia forense. Al tiempo, llegó un email inesperado a la casilla del grupo: la producción de la mítica serie policial “CSI Miami” (Crime Scene Investigation) quería saber más detalles sobre cómo trabajaron para incluir la técnica argentina en uno de sus episodios. “Fue muy sorpresivo. Y gracioso: lo que a nosotros nos llevó un año de trabajo, en la serie se mostró en tres minutos”, recuerda Willy entre risas. Fue la primera y única vez que un desarrollo argentino semejante llegó a la TV internacional. Claro que lo de tirar petardos en el lugar para ver la acústica sosteniéndolos con una caña fue representado de otra manera. “No daba para mostrarla así tal cual. Nuestra técnica era, por así decirlo, demasiado criolla”.

VOCACIÓN FORTUITA

Willy no siempre se dedicó a la física forense. A principios de los 90 se había doctorado como físico en la Universidad de Buenos Aires (UBA), estudiando colisiones atómicas –los procesos que ocurren cuando los átomos, iones, electrones o aún la luz chocan con la materia-, y trabajaba en el Centro Atómico Bariloche. Era un científico de laboratorio, hecho y derecho. Pero cuando todas sus elecciones lo llevaban a desarrollarse en el campo teórico de la investigación, los hechos hicieron que terminara dedicándose a lo opuesto: a una aplicación práctica dentro del campo científico.

Como físico forense del CONICET, en un día cualquiera hoy a Willy se lo puede encontrar estudiando acústica de disparos, otro día balística de postas de plomo, y otro, haciendo una reconstrucción de los hechos a partir de fotos y videos. Willy es uno de los investigadores que asesora a la Justicia, ahora como miembro del flamante Programa Ciencia y Justicia que recientemente lanzó el Consejo.

La vocación por asesorar a la ciencia le llegó de manera inesperada: a través de un colega. Mientras daba sus primeros pasos en la profesión, al reconocido físico Ernesto Martinez lo convocó un Juez de la provincia con la loca idea de consultarle para resolver un accidente vehicular. Martinez se dedicó, entonces, a hacer algo que hoy es normal, pero en esa época aún no existía: la reconstrucción de los hechos desde sus conocimientos científicos.

Estudió cómo habían chocado los autos, a qué velocidades iban y demás detalles, y sacó sus conclusiones sobre el accidente: en síntesis, aplicó física básica para resolver un conflicto judicial. Y le resultó tan estimulante que lo adoptó como hobbie. Willy, que hasta entonces de eso nada, miraba desde afuera cómo su colega se apasionaba cada vez más por resolver pericias vehiculares y le parecía de lo más descabellado. Hasta que al poco tiempo, la Justicia tocó a su puerta, o mejor dicho, a su laboratorio. “Cayó una causa muy grande -recuerda Willy- y Ernesto me propuso que lo ayude”.

De un día para otro, se encontró trabajando en equipo durante diez días en el Laboratorio de Propiedades Ópticas de Materiales, dirigido por Alex Fainstein, todos rodeados por gente de saco y corbata -un perito calígrafo, abogados- y un preso con las manos esposadas -porque es derecho de los presos implicados en una causa estar presente durante las pericias-. Todos ellos observaron cómo el equipo de científicos, valiéndose de un espectómetro, una cámara, linternas y celofán -el laboratorio a oscuras para facilitar la visión- intentaban dilucidar qué decía una página de un cuaderno que habían llevado los cuerpos periciales de La Plata para analizar.

En esos diez días de trabajo, el equipo descubrió rastros de tinta en el cuaderno y después -para no condicionarlos no les dijeron a qué causa correspondía- sabrían que aquel no era cualquier cuaderno, sino uno con tres letras sobrescritas: los caracteres “BRU”. La que tenían entre manos era la evidencia de la causa por la desaparición del estudiante universitario de La Plata Miguel Bru. Gracias al trabajo del equipo que integró Pregliasco se supo que ese cuaderno había registrado el ingreso de Bru a la comisaría donde se lo vio por última vez. “Fue un giro a mi profesión. Me di cuenta que eso era lo que me gustaba hacer. Me partió la cabeza”. Después llegarían los otros casos: la muerte de Teresa Rodriguez en Neuquén, y también el caso Kosteki Santillán en Avelaneda, los accidentes en el Cerro Catedral de 2000, 2004 y 2007, así como en la Masacre de Trelew de 1972.

Pero para eso faltaba: tras participar en el caso Bru, Willy tuvo dos años de transición en los que se dio cuenta que quería abandonar la ciencia básica para dedicarse de lleno a asesorar como científico a la Justicia. “Con el tiempo supe que mi decisión fue de lo más acertada: me encontré cambiando de tema de estudio para cada causa, investigando cosas distintas todo el tiempo, y me di cuenta que eso era mucho más afín para mi espíritu curioso”.

JUSTICIA CON CIENCIA

Para Willy, “hay muchas dificultades para hablar y comunicarse entre científicos y abogados o jueces. Con los años yo fui descubriendo que una pericia es un acto de divulgación científica -asegura-, donde uno se comunica con alguien que es juez o abogado. Y lo bueno del Programa Ciencia y Justicia es que nos ofrece institucionalmente un soporte para hacer ese puente de comunicación. Permite que investigadores que no tienen experiencia en el sistema judicial puedan apoyarse en otros para hacer ese asesoramiento lo mejor posible”.

A su modo de ver, la ciencia y la justicia tienen distintos modos de resolver un problema, y en el complemento está la riqueza: mientras en la ciencia “la verdad” se va descubriendo paulatinamente, la Justicia suele privilegiar la resolución por sobre la búsqueda. “La Justicia en algún momento corta y toma una decisión para cerrar un conflicto. Eso es un desafío para el científico”. La clave está, dice, en encontrar el equilibrio. “A mí en muchas causas no me fue bien comunicándome, el juez tomó decisiones que no tenían nada que ver con las pericias con las que lo asesoré. Uno puede pensar que es mala fe, pero también pudo hacer sido una mala comunicación mía”.

En su derrotero como físico asesor de la Justicia, Willy participó también en la emblemática reconstrucción de la Masacre de Trelew de 1972. “Fue una causa rara -recuerda-, habían pasado 35 años del hecho cuando nos llamaron”. El lugar, donde hubo 16 homicidios y tres tentativas, era una base militar con sus paredes prácticamente demolidas. “La escena del crimen estaba más que alterada, pero el juez nos pidió encontrar algún dato que lo vincule con ese día, alguna información física para no enjuiciar solo desde los libros de historia”. Se les ocurrió, entonces, estudiar la pintura de la pared: y encontraron que tenía siete capas por encima de la original.

Con esa pista, Pregliasco y equipo “rascaron” la pared en cuarenta lugares distintos. “Un trabajo demente”. Cuando llegaron a la última pared -la del fond- notaron que “estaba picada hasta el ladrillo en la zona en la que supuestamente habían sido los balazos, con lo cual no estaban sus marcas. Pero la zona reformada era mucho más chica de lo que esperábamos, de 1,60 metros para abajo. Hacia arriba no había un solo daño de esa época en la pared: eso hablaba mucho del hecho, porque las versiones militares decían que se les habían disparado las armas automáticamente. Y eso no cerraba si todos los disparos habían caído de 1,60 metros para abajo”. Gracias a ese trabajo, se pudo hacer una reconstrucción de la secuencia de modificaciones que sufrió el lugar desde que se construyó el edificio, y delinear un plano a escala del edificio tal como estaba en el año ’72. Todo eso comprobó la falsedad de las versiones con las que la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse pretendió encubrir el fusilamiento de los presos políticos 43 años atrás.

Detallismo y obsesión -como se vio en la causa por la Masacre de Trelew-, y también creatividad: Willy dice que esas tres cosas son los aportes más grandes que un científico puede hacer en una causa judicial. Y como contraparte, el investigador encontrará “estímulo e inspiración: después de cada pericia han surgido para nosotros temas de investigación impensados. Ahora por ejemplo, tengo alumnos estudiando teóricamente sobre acústica y locación del espacio, ahora tengo alumnos trabajando en eso desde el punto de vista teórico -dice-. Es fabuloso”.

Pero atención: asesorar a la Justicia puede ser apasionante, pero tiene su contracara: “En todas las causas donde hay un muerto en un momento se te pincha la cabeza y tenés que parar, distraerte”, dice Willy, que para esos momentos, encontró en la música su cable a tierra. Toca la tuba y el eufonio. Instrumentos de viento que le refrescan las ideas.

Fuente: Conicet

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